¡Adiós amor!
Estoy a un costado de una biblioteca. Es el único lugar donde puedo ser yo misma, ningún libro me señala. Ante su presencia, me acabo de sincerar con mis sentimientos, la verdad, para ser honesta, ya no me gustas.
Respiro profundamente, recuerdo todas tus actitudes (contrarias a lo que dices ser) me hace bien, miro a mi alrededor y siento que al fin puedo gritar sin resistencia que lo que una vez sentí, ya no está, se transformó. Y una vez que algo se transforma, se va para siempre.
En mis líneas e inmortalizado mi sentimiento, hice arte con las secuelas de mi amor. No demasiado grande, pero sí lo suficiente para admitir que te di mi ensortijado y terciopelado tiempo, aun después del relieve de tu adiós.
Me río de mí.
Suspendida en una silla, veo rostros, objetos, libros y una persona tras otra ir y venir, y solo puedo decir que he llevado un sentimiento que no corresponde a la superioridad de tu ego.
Más de una vez mi corazón palpitó convulsivamente por la agonía de perderte, pero la escritura acabó los nervios formados en tensiones, porque pude entender que no puedo perder lo que ni siquiera fue mío.
Mis ojos se contraen y se distienden porque nunca te conocí, no sé quién eres, solo te idealicé. Esa será la justificación a mi suspendido amor. Realmente idealizar no es la existencia real de alguien, y te aseguro que, a diferencia de ti, tú sí me perdiste a mí, penosamente admito que sí me consideré totalmente tuya, tan infinitamente tuya como la luna avanza en el cielo, inquieta y brillante.
Mi solidificación de paz, me hizo descubrir y evaporar la idealización que hice de ti, ese intervalo de creer que eras distinto se esfumó, resultaste ser igual al resto: un hombre ligero que no sabe lo que quiere, lleno de insatisfacciones aun cuando lo tienes todo; y aunque tu brillo al mundo se muestre apacible, no eres eso, no sabes qué hacer con tu libertad porque sigues estando del lado de las curvas, a veces en la oscuridad de unos espirales vacíos, que intentas llenar con la reluciente magnificencia de una inteligencia volatizada, y aunque tu conocimiento me hace temblar, ya no eres la circunspección que busco dentro de mí.
De mi tiempo ya me resulta insoportable amar, a una persona que su atención es tan frágil que se la lleva cualquiera, eso me hizo quedarme sin nada, enmudeció mis sentidos, para ser sincera me gusta la exclusividad, y sí la atención que alguna vez tuve de ti, la puede tener cualquiera, es estúpido pretender que tú puedas entender alguna vez, la magnitud de mis sentimientos hacia ti. No tiene sentido.
Ya no me gustas.
Creo que mi mente se hizo más lúcida, por eso te pido perdón, por amarte de una forma que tú jamás podrás comprender. Ahora que descubrí que ya no queda nada, mi corazón se volvió a endurecer como el asfalto, lo siento así.
Delante de estas líneas te permito decir lo que quieras, sí, puedes decir que estoy loca, sí, puedes decir que me obsesioné contigo. Sí, será lo que sea que digas, desde mi silencio cristal los señalamientos de otros, me tienen sin cuidado. Desde mi libertad y aprovechando la ocasión te digo que, al menos una loca sí te dio exclusividad en su amor, pues lo que te di a ti no lo obtiene cualquiera. Mi amor no se compara con nada, si amarte con tintineo veloz fue para ti una locura, al menos marqué la diferencia en un mundo artificial lleno de espejismos.
«Quizás hoy no lo veas, y creas saber todo de la vida, pero cuando llegue la fortuna de nuestras vejez a tocar nuestras puertas, quizás yo, te siga escribiendo en un par de líneas desde el baúl de mis recuerdos y quizás tú, añorarás el querer de una loca apasionada».
¡Adiós amor!
-Bracho C., D.
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