El sueño de una rosa

El sueño de una rosa 

No hay pasión sufrida sin una espina..., y no hay espina sin amor

Las memorias de una loca

Estoy en una plegaria tan profunda que siento la nada en mis densos pensamientos. O quizás son las palabras las que me envuelven en la medida de mi silencio y eso es tan caóticamente perfecto y doloroso, que me hace tener la certeza que así es el amor. Por algunas razones siento lo que vivo desde el auge de una perspectiva mansa, pero a su vez esta me va matando lentamente, como si fuera algo que está fuera de mí. He profundizado un poco en años y descubrí que todos los humanos somos extraños por naturaleza, y yo soy la excepción a lo extraordinariamente raro de un coexistir. Por ejemplo, cuando era niña creía mágicamente en los cuentos de hadas, y por alguna extraña razón ese es el área donde tengo más déficit conmigo misma. Desde ese entonces, me debo aún la magia de ser completamente entera y feliz al lado de esa creencia, así que por estar en deuda conmigo deseo transmitir lo que está dentro de mí y que no lo sé usar: el amor. 

El amor es mi cómplice a la fe de mis sueños, pero es tan profundamente cruel que a veces me araña el alma, como desgarrando mis entrañas con su áspera fuerza. Él me ha regalado días de la belleza absoluta de una época de sueños, pero también me ha envuelto en la oscuridad de un mundo lleno de espinas cortantes; una punzada tras otra como si disfrutara ver mi llanto, como si se alimentara de mi sufrimiento, dándome permiso de morir cada día un poco más. Y soy masoquista lo admito, porque cuando no tengo el amor me siento vacía, como si mi llama se apagara cada vez más. Es tan contundente y razonable que el problema no es el resto sino yo, y a causa de eso aprendí a refugiarme en la locura de soñar, pero no soñar sin certeza sino al contrario, tener la certeza de que sucederá y ahí, en ese pequeño detalle radica el caos. 

El caos nace de absorber los restos de mí..., y eso es tan peligroso como el que existe prisionero de un fantasma del pasado. Y yo, he vivido entre los dos: un caos y un fantasma del pasado. El primero me enseñó a resurgir de mis derivas y aunque con él he sentido que la vida me ha dado la espalda, el caos me ha colocado muchas veces en el vacío para encarnizar mis ganas de vivir. El segundo acabó conmigo. Me destruyó mis sueños, mis ganas de amar, de creer y me llenó de infiernos tejidos de mucho dolor, y aunque le lloré e imploré a la vida por la poca amabilidad que me daba, esta me hizo entender que solo lidiando con él y haciendo las paces, sería la única manera de existir con la preciosa enajenación de un delirio realmente asombroso. Esos fantasmas del pasado son como una guerra en ruinas, sin bondad, y aunque la incomprensión es profunda en ese lugar, soltar siempre será la única salida, y es que debajo de todas las realidades no hay una más dolorosa como aquella que no nos deja comprender que también perdiendo es una forma de volver hallarnos. Y ese es el misterio de vivir: solo sintiendo en carne propia sería la única manera de salvarnos para no morir. 

En mi vida ni tan larga ni tan corta ya perdí la cuenta de cuántas veces he muerto. Así que morir para mí es sentir a mi alma hablar, reír y hasta llorar, por eso creo que la vida es para ser vivida intensamente con amor. Ahora, ¿qué tipo de amor es el que nos hace vivir? ¡No lo sé! Aún no entiendo mucho sobre esta materia. Pero hoy siento que algo en mi interior sigue muriendo, como un amor despechado que se vuelve tan agudo, porque es un despecho por mí. Un amor invaluable que está en deuda porque vivo hundida en un eterno despecho, a causa de mis propias derrotas, y aunque más de una vez deseé con todo mi corazón ser la rosa de «El principito», hoy me desnudé al espejo y descubrí que soy la espina de mi propia rosa, esa misma que traspasa el dolor de mis sueños. Y sí, soy masoquista en creer que el mundo y el tiempo tienen a un imposible depredador aguardando por mí, no para devorar mis sueños y cicatrices, sino para cuidar la espina de mi rosa. Por lo que sabiamente afirmo que para entender la fealdad de mis propias guerras, primero hay que entender que solo la corta medida del tiempo es lo que hace renovarme en mi dolor. Ese es mi sueño, el sueño de una rosa que implora a gritos la felicidad de un historia, para ser amada con la dulce y suave yema del dedo que se posa sobre la punta del aguijón de su alma.

Escribo en mi diario desde la celda de mis sueños, no tengo salida desde mi estrecha individualidad de creer en aquello que parece imposible de lograr, pero al menos tengo la oportunidad de creer que estoy logrando el trayecto que me llevará a ver el sueño de una loca hecho realidad, y el resultado fatal de ese sueño es que yo viva para escribir, no porque mis letras y memoria sean quienes me permiten sacar este mundo que está dentro de mí, sino para librarme de la difícil carga de ser una persona extraordinariamente rara en un mundo lleno de muchos iguales. 

-Bracho C., D.
Las memorias de una loca
8 de enero, 2025
15:28 



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